RELATOS


V.- UNA VEZ VI A LOS REYES MAGOS.-
 
No eran tres, eran dos y eran los mejores magos que vi en mi vida. Siempre se las arreglaban para que hubiera algo en los zapatos, lo mínimo, lo que fuera, pero siempre había algo. Aunque no tuvieran nada, ellos lograban que hubiera lo que para nosotros era todo. Al tercero nunca lo vi, pero seguro que lo dejaban cuidando los camellos.
 
Nunca, nunca olvidaré a los dos reyes magos que vi. Seguro que vosotros también los visteis y sabéis quiénes son.... Si dejasteis de creer, si esta noche no ponéis los zapatos, ni la comida, ni el agua, acercaos a vuestros reyes y dadles un beso en la frente. Y si no los tienes cerca recuerda que desde un cielo siguen viajando para seguir entregando ilusiones y sonrisas...
 
Agradeced esa herencia porque ahora muchos de vosotros os habéis convertido en reyes y en magos. Y lo mejor que podéis dejarles a vuestros hijos es esa magia que los convertirá en reyes y en magos…. Y tal vez, dentro de unos años, recibiréis ese beso en la frente y así será hasta el fin de los tiempos… Feliz noche para los reyes de hoy, para los de ayer y para los reyes del futuro, porque no hay mejor reino que el mágico ni mejores reyes que vosotros…

¡¡Buenas noches, Reyes Magos!!
 
 
 


IV.- DISLEXIA.-

Tenía una moto "derbi varian" negra que arrancaba sin motor, decía. La dejaba siempre aguantando la pared de la cuadra. Presumía de saber mucho de geografía, aunque se liaba un poco con los países bálticos: Estonia, Letonia, Lituania…

Lo mismo te recitaba un cancionero cervantino…
 
"Con extraña habilidad un soldado, poco a poco, queriendo pintar un loco Retrató la humanidad como dijo la verdad, dejo al mundo descontento y mendigando el sustento, murió de hambre el pobrecito acusado del delito… de tener tanto talento"
 
… que el último parte de la guerra civil española.

"Parte oficial de guerra del cuartel general del generalísimo correspondiente al día uno de abril de 1939. Cautivo y desarmado el ejército rojo las fuerzas nacionales llegaron a conseguir sus últimos objetivos militares… ¡arriba España!"
Enfermo de bronquios. No fumaba. Bebía algún café o se tomaba un mosto. No era difícil verle con su broncodilatador, su ventolin en la mano, siempre localizado ni raro, ver cómo le cambiaba la cara, pálido y nervioso, cuando no lo encontraba a la primera, en el primer bolsillo que metiese la mano.

Presumía también de tener buena vista y leer el periódico sin letras. Podía comentarte alguna noticia que estuviese leyendo…

Inundaciones en Bilbao. –Titular-.
-Dice que cayeron más de quinientos metros por litro cuadrado.
-Lo estás diciendo mal.
 
Si se lo discutías o se lo negabas, lo porfiaba diciendo que lo había leído él en la radio.

Prestó servicios laborales en sectores, como la ganadería o la agricultura; recuerdo verlo venir de la matona diciendo que había estado toda la tarde buscando unos palos para las alubias de pie, pero su principal actividad laboral fue la panadería donde artesanalmente; preparaba, horneaba y elaboraba los acabados del pan. ¿Os acordáis de las gallofas?

 -"¡En mi vida me he muerto! chico, chico, compré unos zapatos nuevos sin estrenar para ir a recibir mi hermano que sale de Madrid para España".
 
Cuando presto el servicio militar, en uno de los permisos que vino a casa, a la vuelta, le mandaron un paquete para un compañero y ni corto ni perezoso, le dijo a la madre de este:
 
-No se preocupe señora que haré lo posible por evitar el verlo.
 
Otro día le preguntaron por un familiar que tenía ingresado en el hospital
 
                    -¿Que tal tu padre?
-Pues... tenemos la esperanza que no salga de esta noche.


Cantaba a dúo con Javier y Pedro…


"Rocío ¡ay, mi Rocío!

manojito de claveles,

capullito florecio,

de pensar en tus quereres

voy a perder el sentio…"
 
Llegó un día al bar diciendo

  -Pedrín, Pedrín, te saludé en Unquera, y no eras tú.



III.- CONCOMITANCIA.-


Domingo. Doce menos cuarto de la mañana. Se oyen tocar las campanas por segunda vez. Se aproxima la hora de la ceremonia. Acicalados con las mejores galas se regocijan al pie de las acacias, o dentro del pórtico, los fieles que cada domingo acuden a misa. Esperan a que llegue el señor cura en su coche, un SEAT 133 de color verde botella. Parece que se retrasa un poco. La verdad es que tiene cinco parroquias que atender cada domingo y el cobro de una misa por los difuntos de casa, o una simple confesión hace que la puntualidad falle.


Ahí llega, fumando, con aspecto de cansado, flaco, flojo, con su sotana negra no solo de color, agujereada por alguna ceniza traviesa que cayó sobre ella sin avisar de que aún estaba encendida.


Aparca el coche en su sitio. Reservado que se respeta, privilegios del celebrante, debajo de la acacia de la parte derecha, justo a la entrada.

Lo reciben los feligreses.

- Buenos días Don Manuel –le dicen por delante-.

Y cuando se baja del coche y se dirige escaleras arriba hacia la iglesia se oyen los rumores por detrás.

- "El café lo está matando. Cada día está más viejo.

- ¡hay que ver la mierda que trae en la sotana, parece el palo de un gallinero!

Mientras en la sacristía, todo preparado. Falta ayudarle a vestirse y comenzar la ceremonia.

La impuntualidad del día hizo que los monaguillos, aburridos por la espera, mano a mano y una por una, o de tres en tres, comenzaran a comer las obleas de pan, las hostias.

–Están bien buenas –dijo Manolin- prueba a comer muchas de golpe, así no se te pegan al paladar y parece que se multiplica el sabor. –recalcó-.

Las habían traído Carmen el día anterior en un sobre color sepia inflado, lleno. De reventar aquel sobre caerían ostias por do quier. Eso sí, sin consagrar todavía para que el pecado fuese venial. Las primeras se quedaban pegadas al paladar y eran difíciles de tragar pero acompañadas con un poco de mistela se iban engullendo. La verdad, hicieron la espera mucho más amena. Hostias y mistela. Una mezcla que siempre va unida. "Cuanta más bebida metes en el cuerpo, más fácil es comer alguna hostia".

Cuando entra el cura en la sacristía, el monaguillo, asustado como si de repente se le hubiese presentado un fantasma, o la manifestación divina, corre despavorido a tocar la campana por tercera vez.

Era costumbre, hoy en desuso por razones obvias, le falta el campanario a la iglesia, tocar las campanas tres veces antes de la misa. En intervalos de quince minutos. Era la manera de recordar a los feligreses su cita el día del Señor.

En su veloz huida, uno de los monaguillos, tropieza con la puerta de la sacristía cae de rodillas en el presbiterio, justo al pie del altar, como si la divina providencia le castigase a hacerle la reverencia. Esta vez con la genuflexión hasta se le enaguaron los ojos. Se vengó con la cuerda de la campana. Esta empezó a sonar, alborotada, sin compas como si tocasen a fuego.

El otro monaguillo le ayuda a vestirse, apurando para recuperar el tiempo perdido.

Don Manuel le da una última calada a un cigarrillo con la boquilla mordida, húmeda, quemada, del mismo color que sus dientes y después de expulsar, de camino al altar, todo el humo de aquella calada, comienza la ceremonia.

Nunca mejor dicho lo de ceremonia, porque cuando llega el momento de la ofrenda, saca el cáliz y el copón y Eureka! No tiene ninguna forma, hostia, oblea… para consagrar. Con la astucia que le dan las tablas y el respeto que se le tiene, disimuladamente, manda al monaguillo a la sacristía a buscar alguna del famoso sobre color sepia. El sacristán, rojo como un tomate, (no sabemos si por el apuro de saber que no encontraría ni una hostia, o por el efecto que le iba haciendo aquel vino dulce en el estomago). Voló, literalmente, en busca de obleas. Sabedor de que no encontraría ninguna en el famoso sobre, rebusco por los cajones de la cómoda que había en la sacristia.

En realidad, más que cómoda aquello era una pieza única, un mueble de madera, negro de barniz, con solo enormes cajones distribuidos en toda ella. En el primer cajón, monedas… perronas, reales, pesetas rubias… alguna moneda extranjera que aparecía en los cepos de los donativos, recordatorios y trozos de velas ya consumidas, más por el tiempo que por el fuego. Más abajo en un segundo cajón, dobladas cuidadosamente, albas blancas, cíngulos y estolas. En el resto de los cajones no sabría describir lo que había. Uno no habría, se lo impedía un viejo misal que tropezaba a modo de cerradura. Más abajo otro que tampoco habría, este por culpa de la hinchazón de la madera, por la humedad y el último cerrado con llave, a saber lo que escondía. Consigue abrir el tercer cajón, aquel que el viejo misal se lo impedía. Solo encontró periódicos viejos, calendarios y folletos. Le consume la angustia, la desesperación. No aparece ninguna

 

Como si de un milagro se tratase, de aquel misal cae una, de color del sobre, sepia. Con más antigüedad que nuestro Señor. A saber a qué parte del cuerpo de Cristo pertenecería.

Como quien lleva en su poder el grato encuentro de la felicidad con la gratitud, se incorpora el sacristán a la misa. Posó la hostia sobre el Corporal, esa pieza de tela, cuadrada, donde descansa la Eucaristía, sobre la que se posa la patena y el cáliz durante la misa y descansa la Sagrada hostia desde el ofertorio hasta la fracción. Allí sobre aquel paño blanco, impoluto, descansa la hostia, parecía un pergamino anunciando algún mal agüero.
-Es la única que encontré –dijo el monaguillo con un hilo de voz casi imperceptible-.

Rojo, erizado, pero hábil, el celebrante, a la hora de la eucaristía, justo en la consagración y, dándose cuenta de que tendría que salir de aquel atolladero, empezó a orar diciendo:
-Cuando recibimos la hostia consagrada se está recibiendo a Cristo entero: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. – Se le notaba en la voz un tono de enfado, se alteraba más en cada frase que decía-.
- No solo se recibe el cuerpo, sino también su sangre aunque haya dos especies eucarísticas: pan y vino.
- También ocurre lo mismo si solo se recibe el vino: también se recibe con la Sangre, el Cuerpo de Cristo, todo su ser. –termino diciendo:
- Hoy beberemos todos del Cáliz de salvación para comulgar con la Sangre de Cristo recibiendo así todo su ser.

El silencio en la iglesia se palpaba, era sepulcral, ni un solo ruido alteró aquella afirmación que dio a entender en su pequeña homilía. Comulgaron casi todos los asistentes, locos por asistir aquella novedosa novedad. Incluso se podía ver alguna beata como se relamía el bigote saboreando el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Excepto Don Antonio que, ausente por su sordera de lo que estaba a acontecer en aquel sermón, se quedo perplejo cuando llegó a la fila y puso la mano para recibir la comunión.

Siguió la misa con total normalidad, como si nada extraño hubiese pasado, es más, estoy por pensar que hasta el mal humor desapareció milagrosamente. Altivo, orgulloso, nos dio la bendición y empezó el canto final, ese que le da sentido a una salida gozosa.


II.- BABAYU.-


Aquella tarde había fútbol, toros, traineras… la capital llena de gente y en la cafetería los camareros no dábamos abasto, éramos unos cuantos –contaba entre sorbo y sorbo- Maro el de Luey, Maruri el viejo…
Así podría empezar una de las muchas historias que repetidamente contaba una y otra vez.
-¡No lo conozco!
-¿Qué no lo conoces? Si hombre sí, lo tienes que conocer, paraba mucho por la confitería.
Si le preguntabas: ¿Cuántos hijos tienes? Contestaba catorce y lo que venga. Decía que a él su suegra le quería muchísimo y a la mujer le daba una rabia…

Trabajó en la confitería de camarero haciendo extras: los miércoles de mercado, un jueves de aquellos que había feria, sábados, domingos y festivos señalados. Era muy fácil oírlo cantar las comandas…
"Marchando: un cortado, dos con leche, uno de ellos con dos de azúcar, uno solo con gotas, dos botellas de agua frías, una de corbatas, tres chocolates dobles
y media a la esquina".
Lo de "media a la esquina" os preguntareis qué significa, pues bien, el camarero de turno le tenía que poner una cerveza, de las grandes, en su rincón, en su esquina, cada vez que se le oía cantarlo en la comanda. 

Solía coger las comandas en un bloc pequeño, cuadriculado y cantarlas en el trayecto que había desde la mesa a la barra. Por muchas mesas que tuviera, cuando llegaba con las bebidas, repartía lo pedido sin preguntar de quien era el qué, poniéndole a cada uno aquello que había pedido.

Un año por las fiestas del pueblo nos ayudó atendiendo la terraza, de punta en blanco con camisa blanca y pantalón negro de tergal, bandeja y trapo colgando al brazo. Las mesas que se iban quedando vacías, no tardaban en volver a ocuparse, pero él se afanaba en recogerlas y prepararlas para otro envite con esa soltura y seguridad que dan los años de profesión, las tablas. Al momento se sientan dos parejas, de estos que pueden pasar horas en un mismo sitio contándose vidas, propias y ajenas.

-¿Que va a ser? -pregunto educadamente mientras deslizaba por la mesa el paño y ordenaba el servilletero y el cenicero-
-No, no queremos tomar nada, gracias. –Contesto uno de los jóvenes-
-A ver, aquí no estamos para que nos retraten –dijo sacando ese arte y esas frases hechas que tenía preparadas, una para cada momento. Tener tenía tablas.
 
Una frase para cada momento, sí señor. Frases como:

 "Con una hija no se pueden tener dos yernos",

"Cuanto ayuda el que no estorba"

"Todo el que toma cerveza si no es maricón poco le falta".

"Para ser mentiroso hay que tener mucha memoria"

 

Aparte de camarero fue ganadero peculiar, aficionaba a poner unas flores lila en el gachapo aguantando la piedra. A echar hierba abajo por el invierno, a llevar las vacas al agua o darles de beber en la cuadra a las más pequeñas, a matar topos por el tardío o esparcer el cuchu. En cambio, no sabía ordeñar, no trataba las ventas del ganado, o no picaba el dalle.

Un día en pleno verano fue con Ramón a quitar la hierba de la segadora a Bustio, -cuando la máquina va cortando la hierba, si esta está muy alta, se le quita con un rastrillo para que no la atasque, facilitando así las maniobras del maquinista- toda la tarde paseando al lado de aquella máquina, tragando el humo del escape y soportando el calor infernal, se resecaba la garganta solo de pensarlo. Al terminar la jornada, le dijo:

 
                  -Para donde Sein y tomamos una cerveza fría, que el agua que trae Manolo está muy caliente y no hay dios quien la trague. -Realmente Manolo, su hermano, llevaba el agua envuelta en papel de saco, empapado con más agua a modo de termo para que el agua se mantuviese fresca-,

 -yo ya voy yendo para allá, poco a poco.

Cuando llego Ramón donde Sein, ya iba él por la segunda y cuando lo vio entrar pidió una tercera para él más la primera de Ramón. La bebieron juntos, Ramón pidió la segunda él no quiso la cuarta, dijo que iba yendo para casa. Ramón, extrañado, quedo solo. Pero cuando paso por delante de casa Senio, le hizo señas para que parara.

 -Vente que tomamos algo aquí donde Senio-

-Yo sigo –dijo Ramón, poniendo rumbo a Molleda.

 

Él paró: donde Senio; con la cuarta, en El Deva; con la quinta, la Alegría; la sexta, la Carretera; ya iban siete. Y, cuando llegó donde Pepe se volvió a encontrar con Ramón.

 
                              -Ponme media cerveza y ponle algo a Ramón, lo que quiera
tomar. –mirando para la botella, como quien contempla un
 trofeo ganado a pulso, exclama:

-¡Si llegamos a coger Ramón y yo esta cerveza en el prau!-
Como si fuese la primera se la toma de un golpe y pide la segunda y una tercera… empezando de nuevo la cuenta… pero se pasó. Tanto que una de las veces que salió a mear al entrar traía los pantalones mojados. Se lo había hecho encima. Pero salió del paso sacudiendo el pantalón a la vez que decía…

 

     -la puta jata, que me tiro el calderu!


I.- SERAFIN TRAGABOLLOS.-


"Kyrie Eleison":  

Súplica de algunos salmos para invocar la divinidad.



Explícito. Presumía de rodearse solo de personas que le aportaran conocimientos, que compartieran con él lo aprendido, haciéndole pensar que siempre hablaría con conocimiento de causa. Con Chapela grande en la cabeza. Jovial -estoy como un chaval- exclamaba a sus ochenta y tantos. Acompañaba siempre con un espontaneo grito de alegría, un "jisquio", su estado de ánimo. Madrugador. Desconfiado. Manco de nacimiento de su mano izquierda. Austero. Emotivo. Interrogador. Preguntón, que esperaba siempre de su interlocutor la respuesta completa. Tizaba la lumbre todos los días, de hecho, siempre le verías afanado en rescatar del rio troncos de árboles que en la última crecida quedaran atrapados en la orilla. Más que una necesidad era una actividad que realizaba meramente por placer en su tiempo libre, su "jobi". Hasta que llegaba el domingo, donde vestido con sus mejores galas se personaba a primera hora en la estación del tren y poniendo rumbo a oriente, no faltaba a su cita semanal con la hija de la Virgen grande, su Torrelavega del alma. En sus últimos viajes, debido a su escasa movilidad, -andaba con dificultades por problemas de cadera- nunca lo verías sentado, si viajaba en tren era por la comodidad de poder ir de pie apoyado contra el cristal. Solía comer en la misma estación y esperar en la sobremesa el tren de vuelta a media tarde. Ya de regreso, visita obligada a los bares de la zona y una última parada en la taberna.


Al entrar; muy serio, temiendo le preguntaran de donde bienes o a donde fuiste, educadamente daba las buenas tardes y después de alternar con unos vinos, no tardaba en contarte la anécdota del viaje o fantasear con haber estado con alguna chabaluca… (Aquí dejaría caer el primer grito espontaneo, el primer "jisquio"). Tragón, soñaba con la comida, -soñar con comida está relacionado con el amor, la pasión, las carencias afectivas, el dinero, las ambiciones…- no era raro que soñase y que sus sueños nunca llegaran a pesadillas. Me contó una vez, que siendo niño, participo en una obra de teatro, con un pequeño papel. Una frase:

 

 

"Me llaman Serafín tragabollos y jamás en mi vida he probado ninguno".


Una frase que le hizo diferente en su infancia y dueño de la dignidad de su vejez. Recuerdo que para contármelo hasta bajo el tono de voz, dijo temer que se enterasen, las malas lenguas, y le apodasen "Serafín Tragabollos"

No solía contar sus intimidades pero el vino alimenta la verborrea y provoca la retorica


"per omnia secular seculorum".



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